jueves, 26 de agosto de 2010

RÉQUIEM

Llegará la hora en que suenen las campanas y trompetas,
en que se toque el réquiem de la insalubridad que atraviesa mi alma
evaporando cada uno de mis tejidos, hasta que me duela en la célula.

Tocarán los acordes y acaso recitarán algunos epitafios sobre mi tumba,
arrugados y manchados por la sangre que calienta mi copa,
por el viento maldito que condena mis románticos pasos.

Me alegraré por desaparecer.

Y una y otra vez, cada ciclo de mi souvenir quedará aplastado
hasta que se regenere a solas de su tragedia griega,
y ya mi alma habrá estado limpia de todo pecado.

El vómito resplandecerá tanto como aquél ocaso morado
que asiste mis tardes de verano, para hacerme florecer
junto a las víboras que andan serpenteando dentro de mi piel.

Y allí, en silencio, el vestigio de la colmena de abejas
junto a su sabia reina, andará apresurado en su sitio -a mi lado-,
rigiendo su ejército de divina miel generándome belleza.

Y renaceré, para tu agracia o desgracia... Renaceré.

MUERTE

Muerta es la vida antes de la muerte,
son los prados secos del otoño que aún no llega,
que aturde mis sentidos cuando lentamente se acerca,
arrastrándose entre las hojas quemadas, enfermas.

Muertas son las hogueras de mi interior,
ansiosas de mis risas sempiternas
y de mi fatídico y malogrado corazón.

Muertas...

Están mis sucias ropas, sin hallar qué hacer
en el camino estólido de dos vías y siete cruces.
Pareciera que mis sentimientos han sido conjurados
en la más insólita brujería nocturna;
que espera impaciente mi metamorfosis de intriga y acertijo,
ardiendo en las melodías de mis fúnebres marchas.

La ansiosa gema que está asomada en mi ventana,
me aísla del terreno para llevarme al mundo de mis sueños
y devora cada paso con sus claros, hasta que me eleva al cielo.
Tan aterradora es, que cualquiera pudiera descubrir su esmero
por poseerme ésta noche apaciguante de mi sangre trémula,
en la ausencia de quien adora su forma y su color.

Muerta es la vida antes de la muerte,
son los prados secos del otoño que aún no llega,
que aturde mis sentidos cuando lentamente se acerca,
arrastrándose entre las hojas quemadas, enfermas.

Muerto es el callejón sin salida en el que consumamos lazo,
aquél día en el que me convertí en la chica fatal de sentimientos infaustos,
todos los que llevo sellados en mi pecho de hembra muerta,
porque ya ni mis musas retozan en su fuente.

Esta pasión desenfrenada y maldita que me acaba
y ataca cada poro de mi cuerpo, el que ocupo como morada de piel;
me hace adorar con enojo el sabor hediondo a Muerte,
transformando la vida de color, haciéndome tomar postura
para asumir mi estrella terrestre; porque vivo más
cada día que deseo la muerte.

Luna, mía, deja de rotar el clavo de la campana
para que lo sientan menos leve,
deja de llorar a mi lado los días alegres;
divina luna, mía, que gema de marfil eres,
falacia sería mi vida, sin tenerte cerca los días que veo a Muerte.

Siniestra Nostram.