viernes, 9 de abril de 2010

Empatía.

¿Por qué te torturas de esa manera?
No, perdón, me torturas, sí,
queriendo decirte suficientes cosas
como que si..., ¿sabes?
Yo no he pensando olvidar.

¡Ah, tus palabras!
Esa emoción,
cómo me duele,
me hiere con la misma intensidad.

Te quedaste perplejo.

Yo no hablo de emociones normales,
lo mío va más allá
de la gloria infinita por poseerte,
de la errática escena de que convivir, es amar.

Tu dolor,
ah, cómo me hiere,
yo no lo busqué,
sólo fue una crítica
a la transgresión humana natural,
porque desgraciadamente soy paranoica,
pero no fue nada más.

¿Qué decir ahora?
¿Cómo soluciono el ya fue?
Si quiero todavía sentir el placer
de lo justo, de lo bueno,
de lo que nos merecemos;
ya ves.

Porque sé que estás dolido
y me duele tu camino escogido,
por ti, porque te trastornas,
lo confundes y quedas jodido.

Nada es falso
pero tampoco cierto,
sólo fue otro momento lúcido
que lamento.

Pero no fue directo,
al menos eso es lo que pienso, siento.

Qué triste es la agonía que entra
a sobar, cebar y atormentar
el corazón del hombre
que equivocado, la muerte desea.

Inocentes como los extraños
que pisan tierras nuevas
andando descalzos,
por desconocer reglas internas.

Lo mío es un carrete diferente,
es algo invisible,
pero más real de lo que pudiera ser
cualquier relación habitual.

Yo sé que no te tengo junto a mí,
yo sé que no me puedo arriesgar,
que sería absurdo cualquier intento visual,
de lo que no es y de lo que quizás nunca será.

Y aunque es violento, hermoso,
amarte así de lejos,
pero más cerca de cualesquiera otra verdad,
yo sé que te tengo.

Y eso me basta por los momentos.
Y por hoy ya no más.

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