lunes, 12 de julio de 2010

Adecuación empírica de una realidad.

Siento en mis pezones sus razones
cuando reverberan traviesos, como almendras
saboreadas sutilmente en una aguda boca;
me envuelve como serpiente veraz
con ímpetu implícita, hasta entregarme
al camino del dogmatismo de mi obscenidad.

Siento en mi fuero sus pesares
cuando loca y desesperadamente desean
culminar la xilografía inconclusa de dos crónicas.
Nequáquam sus divinos pensamientos
lo entrecruzan puerilmente a mi camino,
sino al contrario, porque ante él me rindo.

La metrópolis quiere figurar en encanto y destino.

La fuerza centrífuga comienza el juego a ultranza,
y mientras intento comprender el lenguaje callado
el equino vespertino me amolda
en un río de alucinaciones, y yo, absorta,
escucho los latidos de mi corazón acelerado
mientras mis trémulas piernas brillan
al saborear ese vino añejo delicioso, amargo.

Siento en mis emociones sus razones,
porque todos los días hace de mis horas
un escenario tenue, ajeno a mi esencia hardcore.
Me reta, me aprehende sinuosamente;
y con sus sentidos idílicos bastante firmes,
arremete como bestia legendaria
que, sin escrúpulos ni penas, merodea mi jardín.

Y yo ciegamente me entrego, rindiéndome a sus caprichos
como mujer fiera y bufón del baúl de las condenas
pero con la verdad de una Beauvoir cualquiera,
porque me trastorna de entusiasmo
servido y comido en un dirigible o
en un simple globo aerostático con propulsión;
donde las líneas inmortales de una única emoción
pura, atemporal y honesta,
está carcomiendo mi fétida razón.

Me gusta, me gustas.

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