Oh, Lacerta... Tú, que tan acomodada estás
y me observas desde el infinito interestelar,
ven y búscame, y sácame a pasear;
pues mi alma se consterna al ver miseria,
y los días se hacen lóbregos, y me enferman.
Oh, Lacertae... Que tan azul y distante estás,
apabulla mi alma pétrea y funesta, las noches
como ésta, en las que me siento sin caridad.
Ando entre las nebulosas turbias de Cygnus;
por favor, rescátame, no me quedo en paz.
Oh, mi eterna Lacerta, más brillas tú que Helio
en los claros de una noche fétida y vulgar,
que me aprisiona, me envuelve entre corcovas,
y se rinden mis rudimentos a la sandez fútil
del frágil adepto mortal, escondiendo su As de rufián.
Oh, mi Lacerta, inyéctame el tósigo cósmico
y aturde mis sentidos elevándome al más allá;
sabes bien que me canso de torturar el reposo
y hoy no es buen día para pensar. Mi alma está
quebrada de observar penuria humana...
Lacerta... Abrázame que quiero descansar.
Siniestra Nostram.
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